Memory, remembrances and transformations of Lanus: Homage to the mentor (2003)

Psicoanalisis, 24(2-3): 471-178 (in Spanish)

Author: Sluzki CE

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“Informe estadístico del Servicio de Psicopatologia y Neurología del Policlínico de Lanús” Acta Psiquiat. Psicol. Amer. Lat., 1965, 11, 145-147, y 1966, 12, 88-90.

MEMORIA, RECUERDOS Y TRANSFORMACIONES DEL LANUS: Homenaje al maestro

Carlos E. Sluzki, MD

“¿Como se llamaba ese lugar lejos donde íbamos?” “¿Te referís a Lanús?” “Si, si. Hicimos cosas importantes, ¿verdad?” “Muy importantes, jefe. “ Y le cuento un par de anécdotas del Servicio, sabiendo que al final de mi relato tal vez se haya olvidado ya de que estábamos hablando. Los mismos gestos tiernos, el abrazo calido de saludo, el familiar “¿Como estás?”, pero la conversación se muerde la cola a cada rato, y el vocabulario a veces difícil de descifrar – un código cambiante, un Enigma privado. Ocasionales comentarios filosóficos muy lucidos, recuerdos de un antiguo esplendor – me hace acordar, mutatis mutandis, a Vaslaw Nijinski en sus últimos años (atrapado, en su caso, por la esquizofrenia), de quien un visitante contó que lo vio salir una vez de su rigidez haciendo una pirueta de L’apres-midi d’un Faune como en sus mejores tiempos, para volver después a su pose impertérrita o tal vez cata tónica. Nada lunático aquí, solo el progresivo ocaso del maestro en el exilio – acompañado y cuidado con devoción y dulzura por su extraordinaria compañera de 60 anos Isabel – a quien me toca la bendición de poder acompañar cercanamente, más por acaso que por diseño. Por acaso también – si bien lo podría reinventar como diseño – aterrice en el Policlínico de Lanús como estudiante justo cuando Mauricio Goldenberg, que acaba de ser nombrado jefe de servicio, estaba organizando sus consultorios externos.

Raúl Levin comenta con acierto que la esencia de la “experiencia Lanús” es el haberse centrado en la praxis – del paciente a la teoría al paciente en una espiral interminable, más que de la teoría a la práctica. Esa descripción ayuda a comprender tanto la “posición profesional Lanús”que quedo como impronta en todos nosotros los que fuimos parte estable del Lanús de los años 60 como la falta de una “Escuela Lanús.” La “Escuela Lanús” seria una amalgama ad hoc de psiquiatría dinámica, psicoanálisis de frontera, psiquiatría social-comunitaria, terapia familiar y de grupo, y psicopedagogía. Su originalidad yacía en que esas ideas, que comenzaban a aparecer en la literatura internacional (o bien que inventábamos para después descubrir a veces que ya alguien las había inventado en algún otro lugar del mundo), las traducíamos en acción, las poníamos a prueba en un contexto de exploración responsable. A la manera de los slogan Parisinos del ’68, en Lanus “estaba prohibido prohibir” y le dábamos poder a la imaginación – posición suficientemente peligrosa, junto con nuestro compromiso social en la practica clínica, como para hacer de ese Servicio uno de los blancos de la junta militar en los años ’70.

Hablando de militares, uno de los sabios lemas antibelicos dice que si los que tuvieran que ir al frente, a las trincheras, fueran los generales y no a los soldados, no habría guerras. Con frecuencia la medicina académica sigue también ese modelo – la actividad cotidiana, de frente de batalla, la hacen los menos preparados, los estudiantes, los residentes o los médicos recién recibidos, en tanto que los catedráticos, Napoleones en la retaguardia, hacen la ronda matinal interrogando y dictaminando acerca de los tratamientos, frecuentemente delante de los pacientes. En Lanús era al revés. Los generales – y Goldenberg, jefe de jefes – estaban al frente, en la cotidianidad de la acción, en la trinchera, predicando y enseñando con el ejemplo, comprometidos con el paciente y con la comunidad en vivo y en directo – -tal era el compromiso social que acompañaba al compromiso intelectual de seguir explorando.

Debe quedar claro que estoy hablando de hace 30 a 40 años, y quien sabe cuanto de construcción idealizada hay en todo esto, cuanto de esa capacidad bendita de olvidarme de lo que no me gusta (¡mejor que la alternativa de aferrarse a los recuerdos negativos, y amargarse la historia… y el presente!) Por cierto que lo mismo se puede decir de todos aquellos que hablan y escriben acerca del Lanús – inclusive quienes lo hacen con el respeto, la lucidez y la elegancia conceptual de Sergio Visakovski! – con una mezcla de ejercicio etnometodológico reconstructivo (¿se puede hacer eso?), de curiosidad casi escoptofilica, y de esfuerzo para reducir la multideterminación compleja de vidas y eventos para intentar explicar cómo es que las cosas fueron como fueron y son como son. También puede que la causalidad este tergiversada, y que quienes nos acercábamos al Lanus lo hicimos porque ya traíamos con nosotros una convicción del compromiso social y la intuición epistemológica de desafiar las fronteras de la praxis, todo lo cual se potencio porque hablábamos el mismo idioma y teníamos el líder carismático y lucido que nos inspiró y nucleó. Pero el descubrimiento del idioma en común y el comienzo de la especificación de su gramática fue un proceso intenso y emocionante. Más lo pienso, mas esto último se carga de sentido: Lanus era un caldero donde cocinábamos colectivamente los ingredientes que cada uno traía a la cocina que coordinaba ese chef magistral.

Me remonto a los comienzos del Servicio de Psicopatología. ¿Cómo fue (qué fue) Lanús para mi? Entré como estudiante-observador en 1956 o 57, e iba un par de veces por semanas “a mirar por encima del hombro de los que saben” qué era esto de hacer psi. Goldenberg, lleno de ideas y energía, con una lucidez clínica extraordinaria y una actitud personal tierna, abierta y generosa, había sido recién nombrado Jefe del Servicio de Psicopatologia y Neurología. Su territorio consistía en un consultorio externo con varios cubiculos y un equipo con una media docena de terapeutas de nota (aun cuando sin titulo habilitante, ya que aun no había sido creada ninguna carrera de psicología en el país), un neurólogo avezado, y un par de psiquiatras, entre los cuales creo ya para entonces, una reciente graduada Lía Gladys Ricon, todos bajo la batuta y la voz sabia del maestro. Yo aprendía por osmosis, haciendo poco mas que incorporar un estilo de conectarse entre colegas y de interactuar con los pacientes con cariño, respeto, y una informalidad que reducía la distancia de clase, de status y de rol, y permitía un contacto que era de por si terapéutico.

Cuando me recibí, a comienzos de 1960, sabiendo más el “como si” que el “qué” de la práctica y, muy conciente de mi ignorancia, me quede como aprendiz de hechicero en el Servicio, en el que pasaba no menos de 20 horas por semana. El grupo central temprano de la tribu que rodeaba a Goldenberg se fue integrando en los próximos años: Valentín Barenblit, Octavio Fernández Moujan, Vicente Galli, Guida Kagel, Hernán Kesselman, Aurora Perez, Dora Romano, Lía Gladys Ricon, Gerardo Stein, y yo. Ad lateres de mucha presencia – a veces mas centrales, a veces siguiendo su propia brújula – eran Dickie Grimson, Tuncho Lubchanski, Rafael Paz, Nacho Maldonado…y mil personajes más. El ambiente, tal cual lo recuerdo, era de aprendizaje constante – grupos de estudio, ateneos, presentación y supervisión diaria de casos, trabajo en equipo. El medio tenia al principio mas las características de una tribu que una organización formal – tal vez lo que nos hacia sentir miembros de una tribu era esa mística de grupo primario de avanzada que ya empezábamos a desarrollar. La permeabilidad entre prácticas dentro de la institución, que hacia posible que cada uno de nosotros viera y fuera visto en su trabajo, generaba un contexto de confianza y de estimulación cruzada. La fluidez de los roles era tal que nos permitía tener múltiples experiencias institucionales – un año como coordinador del sector internacion, el otro como jefe de equipo en los consultorios externos, y así. De hecho, lo que llamo tribu era un grupo primario bastante pegoteado con relaciones en las que se combinaba una posición colaborativa total, lealtades intensas y fluctuantes… y una observación celosa de la proximidad que uno o el otro mantenían con Goldenberg, quien, a su vez, creo, mantenía una ecuanimidad admirable. El confín de la tribu era extenso – su periferia supervisora incluya a miembros destacados del mundo psicoanalítico, incluyendo, entre otros, a León Grinberg, José Bleger, Fernando Ulloa, y Joel Zack – con quien Goldenberg mantenía una relación estrecha y cordial, reflexologos de nota tales como José Itziksohn, sociólogos de avanzada – incluyendo a Eliseo Veron, Francis Korn, Elena de la Aldea, y Analia Kornblit – antropólogos, fenomenólogos, y gente de múltiples otras disciplinas con quienes inventábamos modelos, investigaciones y práctica. De hecho, la cantidad de trabajos que producía nuestro equipo para congresos era notable – algunos de los cuales, creo aun, de calidad satisfactoria. Buena parte del grupo central, y muchos otros, participábamos como estudiantes en la Escuela de Psiquiatría Social que estaba organizando Enrique Pichón Riviere (y en la que en su primera época eran docentes preclaros Guillermo Ferschtut, Fernando Ulloa y Edgardo Rolla), buena parte del grupo central estaba en análisis didáctico y en grupos de estudio con León Grinberg, David Liberman, Fernando Ulloa, y quien sabe cuantos mas, nuestro trabajo en terapia de grupo estaba supervisado por Joel Zack, y después por Gerardo Stein, y así. Y he ahí otra característica admirable del liderazgo de Goldenberg: el jefe estimulaba nuestras exploraciones, incursiones y liaison con múltiples escuelas, ideologías y aun ocasionales maestros, todo ello transformado en ingredientes que enriquecían nuestros diálogos interminables y nuestra creatividad como grupo, todo ello insertado resonando con, y formando parte de, una década extremadamente creativa del país.

A su vez, a principios de los ‘60 se creo la carrera de psicología en la Universidad de Buenos Aires. Goldenberg mismo y muchos de nosotros formamos parte de equipos que contribuyeron a su diseño y fuimos profesores y ayudantes durante la primera época, hasta que los psicólogos pudieron hacerse cargo de su barco. Las primeras promociones de psicólogos incluyeron profesionales con sólida formación previa pero sin credenciales oficiales – -eran psicólogos “silvestres”, psicólogos formados en otros países o en grupos de estudio o equipos de trabajo, psicodiagnostistas. Muchos de ellos se incorporaron a los diferentes equipos del servicio y enriquecieron aun más el capital conceptual y clínico. Debe reconocerse con todo que, a tono con esa época menos paritaria, la mayoría de las funciones directivas del Lanus, institución interdisciplinaria en su trabajo cotidiano, recaía en los psiquiatras.

En la década del 60 Lanús se transformo el lugar más importante de formación de trabajadores de salud mental en la Argentina, y probablemente en América Latina. Para los médicos, las opciones eran formarse en Lanus, o entrar a la residencia oficial que ofrecía la Universidad de Buenos Aires – o algunas del interior – en hospitales psiquiátricos (cuyos profesores, salvo honrosas excepciones, poseían una formación clásica/ fenomenológica/ psicofármacológica, en contraste con la psiquiatría dinámica y comunitaria que caracterizaba al Lanus).

Para dar una idea de la magnitud del Servicio – del que por un tiempo yo fui el escriba y el estadígrafo – en el año 1966, por ejemplo, el Servicio ofreció en sus consultorios externos 45,000 contactos/paciente, de los que 4350 eran nuevos pacientes. En el año 1969, últimos datos que tengo, el servicio tenia un staff de 4 profesionales pagos (quienes recibían el equivalente de U$ 300 por mes) y de 270, repito, 270 profesionales no pagos: psiquiatras, psicólogos, y psicopedagogos, quienes participaban entre 10 y 20 horas semanales ad honorem en actividades del servicio – en consultorios externos, hospitalización, interconsulta, residencia psiquiatrica, hospital de día, o una de los dispensarios comunitarios satélites, mañana y tarde, seis días por semana. Para esa época, además, Goldenberg había sido nombrado Director de Salud Mental de la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires y su proyecto se cristalizo en la constitución de múltiples Centros de Salud Mental, muchos de los cuales fueron dirigidos y poblados por ex-Lanusinos, y que se transformaron a su vez en centros de asistencia y formación.

Para cuando me fui de la Argentina, a fines del ’71, Lanus se había multiplicado. Ya era hora para mí de dejar el espacio a la generación siguiente. Además, las reglas de juego de la violencia social en el país estaban cambiando en una dirección que no me gustaba. Y yo tenía otras cosas para hacer. Con lo que lo que siguió, incluyendo la ferocidad del gobierno militar mesiánico del llamado proceso – que dejo detrás suyo innumerables muertos sin sepultura, una ciudadanía aterrorizada, familias destruidas, instituciones hechas pedazos, un contrato social deteriorado – y los momentos de esperanza y los periodos de desesperanza y corrupción que le siguieron, solo los he podido vivir por identificación, con la comodidad y la culpa de la distancia – mitigada en parte a través de mi militancia en organizaciones de derechos humanos. Lanús quedo en mí como un periodo extraordinario de formación profesional y de experiencia humana, como una segunda familia a la que estoy permanentemente ligado por vínculos de sangre y deuda.

La deuda que tantos de tantos de nosotros tenemos con Mauricio Goldenberg y con la experiencia Lanús constituye un capital emocional e intelectual, además de una memoria colectiva que ya ha pasado por múltiples tamices revisionistas y tal vez acabe ella también por declinar… mientras las semillas que ha sembrado ese maestro se replica en múltiples transformaciones del quehacer en salud mental, hasta perderse en el horizonte prospectivo.

Medico del Servicio de Psicopatologia del Policlínico de Lanus desde 1960 hasta 1971, y director del Centro de Investigaciones Psiquiatritas – sector de investigaciones de dicho servicio desde 1964 hasta 1971 (csluzki@gmu.edu)

A esto se tiene que agregar los residentes psiquiátricos del Servicio, quienes recibían un estipendio mensual generado por una Fundación extremadamente exitosa que había creado Isabel Goldenberg, esposa del jefe, para esos fines y para apoyo general del servicio – desde el mobiliario de los Consultorios Externos hasta la construcción del Hospital de Dia.

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