On violence: A creed for therapists (2000)

J. Family Psychotherapy 11(2): 1-8. An uptaded version was published (in Spanish) in Sistemas Familiares, 20(1-2): 17-23, 2004

Author: Sluzki CE

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Sistemas Familiares, 20(1-2): 17-23, 2004

ACERCA DE LA VIOLENCIA: UN CREDO PARA TERAPUTAS

Carlos E. Sluzki y Daniel Greaser

RESUMEN

Este artículo presenta las conclusiones de un grupo de trabajo que se organizo como parte de las actividades del congreso de 1999 de la International Family Therapy Association que tuvo lugar en Akron, Ohio, Estados Unidos. Ese grupo tuvo como misión explorar las implicaciones de la violencia social e interpersonal en nuestra vida personal y profesional, así como generar recomendaciones destinadas a aumentar nuestra sensibilidad acerca de esos factores. De sus deliberaciones emergio la siguiente serie de propuestas generales para nuestra praxis cotidiana: mantener una actitud militante de no-violencia en nuestra vida diaria; favorecer activamente practicas no-opresivas, no-violentas, no-clasistas, no-sexistas y culturalmente sensitivas en nuestros propios hogares, en nuestro medio de trabajo, en las organizaciones de las que somos miembros, y en las comunidades de las que somos parte; aumentar nuestra sensibilidad acerca de nuestras complejas redes sociales personales, y tratarlas como un recurso valioso tanto propio como para nuestros pacientes; entender a los actos de violencia como crisis complejas y multi-nivel con raíces estructurales -socioeconómicas – y culturales, con el objeto de poder facilitar practicas de re-historiar esos eventos y de esa manera otorgar poder a las victimas así como re-socializar a los victimarios. Finalmente, en relación con violencias de cualquier tipo, no solo debemos rehusar ser perpetradores, sino también espectadores: esto último nos transforma, en última instancia, en victimarios.

INTRODUCCION

En el curso del Congreso de la Asociación Internacional de Terapia Familiar que tuvo lugar en Akron, Ohio, USA, en marzo de 1999, cinco grupos de trabajo se reunieron por separado durante dos horas por día durante los tres días del congreso. Cada uno de ellos tuvo como misión discutir de manera acumulativa uno de los cinco temas centrales del evento. El producto final de cada grupo, un destilado de su discusión y una declaración conjunta, iba a seria leído en el plenario de cierre, con la intención de integrar en su conjunto una declaración de principios que cubriera los temas del congreso. Con todo, el carácter irregular de los productos de los grupos -uno de ellos, por ejemplo, hizo una dramatización, y otro describió su propio proceso sin entrar en el contenido – no permitió confeccionar esa síntesis magna. Lo que sigue es el producto del grupo de trabajo centrado en el tema “Violencia.”

El telón de fondo de este grupo de trabajo, decididamente internacional en su composición, fue el drama humano que ocupaba los titulares de las noticias internacionales del momento, a saber, la violencia reciente del ejercito Serbio en los Balcanes, que desplegaba su política brutal de “limpieza étnica” esta vez en Kosovo, y generando una vez mas éxodos masivos desencadenados por políticas malignas diseñadas para destruir no solo el espacio vital sino la misma identidad de una población entera.

Se resalto que, con muy pocas excepciones, las organizaciones profesionales a las que perteneciamos tendían a rehusar a asumir la responsabilidad de “ensuciarse las manos” y ayudar de alguna u otra manera a mitigar el sufrimiento de las victimas de estas hostilidades étnicas/políticas interminables. En resonancia con los eventos mas candentes de esos días, a saber, los cientos de miles de de refugiado que inundaban diferentes centros de recepción y de reubicación de refugiados (en ese momento ocurría en los Balcanes, pero en muchos otros momentos del pasado habían ocurrido en tantos otros contextos), nuestro grupo discutió -sobre la base de la experiencia profesional de varios de los participantes - cuales procesos y procedimientos serian de máxima utilidad en esos centros de emergencia. Subrayamos, entre otras cosas, la necesidad de establecer procedimientos que conectaran activamente a los refugiados entre si para facilitar el desarrollo de redes sociales de autoayuda desde el mismo momento de la recepción, para asegurar una circulación rápida de información con el objeto de reunificar a las familias circunstancialmente desconectadas, y también organizar los campos de refugiados de modo que quienes hubieran habitado en aldeas o ciudades especificas pudieran restablecer sus lideres naturales. El proceso que se recomendó puede ser entendido como practicas de retribalizacion. Se propuso también que en todo contexto de refugiados se crearan lugares de encuentro publico o tribunas en las que la gente pueda relatar unas a otras sus historias en encuentros colectivos, para facilitar el proceso reciproco de ser testigo, permitiéndonos también a nosotros, los trabajadores de salud mental y otros profesionales, ser testigos activos de su sufrimiento y de su resiliencia. El proceso de contar sus historias, así como el de re-historiar, puede transformarse en herramientas centrales para que los refugiados comiencen a recuperar su identidad individual y colectiva. Al mismo tiempo, debe quedar en claro, una vez que se hayan satisfecho las necesidades básicas, los trabajadores de salud mental debemos rehusar y resistir la tentación de todo protagonismo, y funcionar fundamentalmente como facilitadores, es decir, mas como fondo que como figura, devolviendo a la gente su propio protagonismo, y maximizando una experiencia de autonomía y aun de poder en esos contextos de dependencia.

Si bien el grupo dedicó parte de sus esfuerzos a especificar maneras de ayudar a las victimas de la violencia política tales como los refugiados, exilados, y desplazados internos, también nos esforzamos en explorar las múltiples maneras insidiosas en que la violencia habita en nuestra vida cotidiana. Eso nos condujo a una actividad reflexiva de sensibilización y a la redacción de lo que podría llamarse un credo, una especificación de comportamientos tal vez elemental pero que consideramos merecia ser explicitada , propuesta no “para afuera”, como un dictum, sino “para adentro”, como un compromiso personal colectivo.

Lo que sigue es un destilado de esa exploración, precedido por un conjunto de viñetas que provino de la experiencia clínica o personal de miembros del grupo y que tuvo una función catalizadora de esa tarea introspectiva.

ACERCA DE LA VIOLENCIA

Durante la violencia desatada en la ex Yugoslavia por las fuerzas militares serbias en una campana de “limpieza étnica”, un gran número de mujeres musulmanas de Bosnia -estimado en 20,000 – fueron violadas, con la doble intención de crear terror y emigraciones masivas y de contaminar, por así decir, la línea genética de la etnia. Pocos meses después, un grupo valiente de mujeres, varias de las cuales eran abogadas, todas ellas victimas de violaciones, lideraron un movimiento destinado a denunciar el ultraje y llevar a la justicia ante tribunales internacionales a los culpables de esos actos. Con todo, se vieron enfrentadas con la realidad de una burocracia empastada: el proceso tardo años en iniciarse y se movió a paso de tortuga, boicoteado por postergaciones y obstrucciones políticas. Esto llevo a uno de los miembros más activos de ese grupo a anunciar públicamente, para la consternación colectiva, que había decidido abandonar el liderazgo de ese proceso. Su argumento fue que había descubierto que se encontraba incapaz de pensar en otra cosa, inundada por el proceso, cargada de indignación, inmovilizada por la frustración, y que renunciaba porque quería rescatar su propio proyecto de vida, en lugar de seguir atrapada por lo que parecía una saga interminable. Su renuncia, que hubiera podido ser considerada solo como un acto de desesperanza o como un acto de debilidad, fue vista por muchos como un rescate valiente de su derecho a vivir su vida.

Julio, un carpintero y líder unionista uruguayo encarcelado y torturado durante dos años por el gobierno militar de ese país, obtuvo el ‘derecho de opción” y el permiso de abandonar su país cuando un gobierno escandinavo le concedió asilo político. Así es como un buen día, descalzo y desorientado, fue sacado de la prisión -pensó que llevaban ante un pelotón de fusilamiento – y fue depositado por las autoridades de su país en el avión que lo transporto a su destino. Sus huéspedes -una organización internacional de ayuda a presos políticos – notando su precario estado de salud, lo internaron inmediatamente en un hospital para comenzar un proceso de diagnostico y tratamiento de los múltiples problemas físicos y posiblemente emocionales, una acción razonable y caritativa. Para Julio, con todo, los blancos azulejos del hospital y los tubos endovenosos no se diferenciaban mucho de los azulejos de la prisión y los cables de la picana eléctrica con la que había sido torturado innumerables veces. Así es como, a la primera oportunidad, Julio escapo del hospital. El hecho de que solo hablara castellano y vistiera ropas hospitalarias no le permitió ir muy lejos: fue encontrado a las pocas horas y re-hospitalizado, esta vez en un medio un tanto más restrictivo y controlado para evitar que se hiciera daño, conducta muy razonable desde el punto de vista de sus huéspedes. Julio intento escaparse varias veces mas, lo que condujo a mayores restricciones y a varias consultas psiquiatricas, porque su comportamiento se tornaba cada vez mas desordenado. Con todo, gracias a la intervención de otros trabajadores de salud mas lucidos, fue finalmente dado de alta y transportado a una vivienda colectiva suburbana destinada a refugiados políticos. El argumento usado era sólido: lo que este hombre necesitaba era estar entre pares. El pequeño detalle dejado de lado fue que la gran mayoría de los huéspedes de esa vivienda eran vietnamitas que habían recibido asilo político dado el riesgo de vida que corrían en su país por haber sido miembros del derrotado ejercito filo-norteamericano de Vietnam del Sur. A poco de arribar, Julio comenzó a recibir esquelas, deslizadas bajo su puerta, en la que lo tildaban de “diablo rojo comunista” y le anunciaban que lo iban a matar. A los pocos dias, Julio decidió abandonar esa residencia y desconectarse de los servicios sociales y de salud – cosa que sus protectores solo podían tildar de ingratitud – y arreglárselas por si solo, lo que acabo haciendo con moderado éxito, en parte porque un insomnio tenaz le impedía dormir mas que un par de horas por noche. Así entraron en acción otros trabajadores de salud mental, quienes le propusieron enviarlo a un Centro para el Tratamiento de Victimas de la Tortura en un tercer país, también de habla escandinava. Con todo, ese tramite encontró el problema de que el Síndrome de Stress Post-Traumático, usado como argumento clínico para la solicitud, no era reconocido como entidad clínica por el sistema de salud -en términos generales, extremadamente generoso – de ese país. Los servicios sociales siguieron lidiando con un cliente remiso, y Julio con una abundancia de servicios con los que no conseguía sintonizar. La moraleja de esta historia es: El camino al infierno esta pavimentado con las mejores intenciones.

Luego de pasar cinco años en la cárcel sin juicio alguno en la Argentina del gobierno militar, Maria recibió una oferta de asilo (“derecho de opción”) por parte del gobierno francés, en respuesta a gestiones de grupos de derechos humanos. El marido de Maria, que había sido apresado al mismo tiempo que ella, estaba en la lista de los desaparecidos, y para todos los fines prácticos, se lo consideraba muerto. En el avión que la llevo a Francia, Maria se reunió con sus tres hijos, de 5, 8 y 11 años de edad, a quienes no había visto desde su encarcelamiento. A su llegada al país de asilo, la familia recibió una ayuda generosa, incluyendo vivienda subsidiada, seguros de salud, y servicios sociales y comunitarios, incluyendo acceso a la educación de niños y adultos. Cinco anos nov después, Maria concurrió con sus hijos a un servicio de salud mental para consultar acerca de como lidiar con los comportamientos violentos del hijo mayor, a la sazón de 16 años, cuya violencia que habían escalado a niveles insoportables: el muchacho tenia ataques de furia en los que insultaba a su madre y la deseaba muerta, mientras la acusaba de haber sido la culpable de todo el sufrimiento pasado. La vivienda mostraba los resultados de su furia: había destruido muebles y agujerado las paredes a puñetazos. Durante la consulta, Maria destilaba fracaso, desolación y desesperanza. En el curso de la entrevista, el consultor comenzó a describir la situación actual como una reproducción de la situación de prisión, y como una manera ingeniosa en la que el hijo le estaba proveyendo a la madre una oportunidad para que ella hiciera lo que no le había sido posible hacer durante su encarcelamiento, a saber, enfrentar a sus torturadores, declarar que la situación no era aceptable y rehusar ser una victima. Así, el hijo le estaba proporcionando un escenario para que ella recuperara la posibilidad de ser una vez más la madre-leona que había sido antes de su detención, y defender a todos sus cachorros contra la violencia. El hijo, a su vez, fue calurosamente elogiado por estar ayudando a su madre a través de ofrecerle esa oportunidad. Una serie de sesiones de terapia conjunta siguiendo esta línea condujo a un cambio dramático en esta familia, en la que la madre recupero su fortaleza y su dignidad, y los tres hijos recuperaron a su madre.

Promediando una entrevista inicial con Joyce, una mujer soltera norteamericana de 23 años nov que consultaba acerca de problemas de intimidad con su fiancée, el terapeuta se sorprendió de percibirla hostil y enojada con el. Revisando mentalmente lo que había acontecido hasta ese momento en la entrevista, no encontró una explicación plausible acerca de ese afecto, por lo que acabo simplemente comentando su impresión y preguntándole si había alguna razón por la que ella estaba enojada con el. Después de un preámbulo en el que le pidió que no lo tomara personalmente, Joyce le confeso que desconfiaba de todos los terapeutas. Con cierta hesitación acabo explicándole que, aun pre-adolescente, había sido enviada por los padres a una terapeuta especialista en niños a raíz de enuresis. Esa profesional hizo sesiones de terapia de juego con ella, así como conversaciones centradas en el síntoma y sus sombras interiores, todo ello con poco éxito. Lo que había quedado sin explorar, o tal vez sin revelar, es que, un par de años atrás, Joyce había sido abusada sexualmente por el padre, quien se escurría de su propio dormitorio en medio de la noche y se metía en la cama de la hija para toquetearla. Con todo, el bendito síntoma, que había ocurrido accidentalmente en una de las primeras noches de abuso, tuvo un efecto de rechazo para con el padre, a quien el olor de orina le resulto repugnante. Con lo que Joyce continuo orinándose en la cama, a veces intencionalmente, a veces no, hasta que el padre dejo de asediarla. Pero había quedado profundamente resentida con la terapeuta que había intentado robarle, por suerte sin éxito, su arma defensiva en contra del abuso sexual. Esa información enmarco, por cierto, el contacto terapéutico, ya que mantuvo alerta al nuevo terapeuta en términos de explorar cuidadosamente las ventajas y los inconvenientes de todo cambio sintomático en el proceso terapéutico.

Clara nació y creció en una zona rural de Colombia plagada por la violencia política. Sus recuerdos de infancia están tenidos por imágenes de asesinatos de varios familiares, así como por el terror de tener que escapar con su familia del villorrio en donde vivan y esconderse en la montaña para escapar de los escuadrones de la muerte, los que aparecían cada tanto con la misión explicita de matar a los habitantes de ese pueblo que sospechaban apoyaban a los “rebeldes”. Cuando creció, se mudo a una ciudad mayor, yen resonancia con su experiencia anterior, se hizo activista de derechos humanos. Con todo, Clara decidió escapar a otro país Latinoamericano a partir de un episodio en el que una amiga suya fue asesinada, aparentemente por ser confundido con Clara. En su país de asilo – el que, dicho sea de paso, no contaba con servicios especiales para refugiados – su vida cotidiana se vio plagada de somatizaciones múltiples -dolores musculares, abdominales, cefaleas – debilidad, depresión, y aislamiento social. Desesperada, decidió retornar a su país de origen a pesar de los riesgos, adoptando para su propia protección un perfil bajo de invisibilidad social. Al cambo de unos meses consulto a un servicio de salud mental dedicado a victimas de la guerra interna, donde pudo conectarse en una actividad terapéutica que le permitió recuperar, poco a poco, el sentido de su propósito y su identidad, mientras elaboraba el duelo y la intensa culpa que la envolvía a raíz de la muerte de su amiga, asesinada en su lugar.

UN CREDO PARA TERAPEUTAS

Nosotros, los seres humanos, somos entidades bio-psico-sociales extremadamente complejas. Nuestro bienestar y nuestras penurias se ven afectada por (y a la vez afectan a) vicisitudes de sistemas micro-sociales también extremadamente complejos a los que pertenecemos -nuestra familia y nuestra red social personal – a su vez parte indisoluble de sistemas socio-económico-culturales también complejos en extremo, inmersos a su vez en los ecosistemas aun mas vastos e igualmente complejos que constituyen nuestro planeta.

Esta complejidad explica tanto la resiliencia como la fragilidad de estos sistemas sobreincluidos. Nuestra esperanza reside en su resiliencia; nuestra responsabilidad, en su fragilidad.

Buena parte del sufrimiento y del dolor humano derivan de injusticias, opresión, y otras formas de violencia interpersonal y macrosocial. Esos dos niveles están relacionados muy estrechamente entre si. Por ello, nuestra responsabilidad para con uno de ellos no puede divorciarse de nuestra responsabilidad para con el otro.

De hecho, y lamentablemente, la violencia parece ser un componente estructural significativo del modo en que los seres humanos hemos organizado nuestra sociedad. La violencia toma la forma de falta de acceso a las necesidades básicas, educación, salud, igualdad de oportunidad, respeto, y seguridad (incluyendo la solidaridad social para con los efectos de los desastres naturales o de origen humano). Aquellos sin poder acaban indisolublemente atrapados en un círculo vicioso de victimizacion creciente y esperanza decreciente.

La violencia adquiere también una presencia activa. En nuestro mundo macrosocial, aparece como guerras, genocidios, emigraciones forzadas, desapariciones políticas, asesinatos y torturas, opresión de minorías. En el mundo microsistémico de la familia, aparece como violencia familiar -especialmente en contra de mujeres, niños y ancianos – violencia sexual, abuso infantil. A ello se debe agregar, en una zona gris, a la violencia al azar y la delincuencia.

Nuestra responsabilidad ética para con la violencia y la opresión abarca tanto nuestro mundo personal como el profesional, y debe reflejarse en nuestra praxis cotidiana. (Y aun ese “debe” -y los muchos “debe” y “es necesario” que permean este texto – contienen un germen opresivo, una retórica santimoniosa. Pero, lector, te rogamos entiendas este credo como una invitación a una practica reflexiva y en modo alguno como una imposición o prescripción para nadie.)

Consideramos que es parte de nuestra responsabilidad personal el vivir nuestra vida personal y profesional de modo tal que contenga solo prácticas no-violentas. Las siguientes proposiciones específicas son un destilado de nuestro compromiso personal en este sentido:

Observar nuestra vida personal y profesional de manera vigilante, de modo tal de poder reparar todos los actos de violencia u opresión que de hecho generamos una y otra vez, a pesar de nuestras mejores intenciones. En este sentido, estamos obligados a incorporar una práctica permanente de auto-sensibilización, auto-percatación, y auto-corrección;

Mantener esta actitud reflexiva y auto-critica en las instituciones en las que trabajamos, y maximizar políticas y procedimientos no violentos y no opresivos en aquellas instituciones en las que tenemos posiciones de responsabilidad o liderazgo;

Mantener una mirada reflexiva igualmente militante en tanto miembros o de líderes de aquellas organizaciones profesionales a las que pertenezcamos, estimulando el compromiso social y político en nuestras organizaciones y asegurando que las practicas organizacionales sean no opresivas, no violentas, no clasistas y no racistas (recordando también que nuestra voz como profesionales tiene peso en el mundo político);

Adquirir y mantener una voz activa acerca de prácticas no violentas y no-opresivas en las múltiples comunidades de las que somos simultáneamente miembros;

Mantenernos sensibles al poder de nuestros propios vínculos sociales, es decir, de nuestra red social personal, para aumentar nuestra sensibilidad para con los vínculos sociales de los otros -pacientes o no – de modo de facilitar la utilización de sus recursos naturales en lugar de imponer nuestros propios supuestos y recursos;

Mantenernos culturalmente sensibles, desafiando activamente nuestros supuestos culturales;

Mantenernos sensibilizados acerca del poder de la continuidad histórica, cultural y geográfica de nuestras vidas, de modo de respetar la de los demás -cosa particularmente importante en nuestra actividad profesional cotidiana;

Examinar cada acto de violencia como una crisis multi-nivel, incluyendo sus contexto histórico, cultural, económico y relacional, para enriquecer nuestras descripciones así como las opciones de todos;

Reflejar en nuestra practica, en tanto profesionales de salud mental con conciencia social, un compromiso activo en términos de re-historiar y dar poder a las victimas, re-historiar y re-socializar a los perpetradores, y re-inventar aquellas estructuras y formas culturales que de otra manera puedan perpetuar esos roles.

Las explosiones de dolor y de violencia que esta teniendo lugar en tantos lugares del mundo en estos momentos -los Balcanes, Sudan, el Medio Oriente – y tantos otros actos de macro-violencia, resuena en todo momento como tema, pero no nos distrae de nuestra determinación de ser auto-reflexivos en nuestra vida y practicas cotidianas. Parafraseando a John Donne, cada acto de violencia, grande o pequeño, nos disminuye a todos.

Enfrentar a la violencia de cualquier tipo consiste no solo en nuestra responsabilidad de rehusar ser perpetradores: tampoco debemos ser simples espectadores. Ser solo espectador nos hace, de hecho, perpetradores.

Tal cual mencionábamos mas arriba, nuestra esperanza reside en la resiliencia de nuestro mundo social y de nuestro eco-sistema colectivo, y nuestra responsabilidad reside en su fragilidad. El asumirlo conlleva asumir el imperativo ético de ser no-violentos y de actuar en contra de la violencia y la opresión. Responder a ese llamado es un requerimiento para poder considerarnos miembros activos de la familia humana.

Una versión previa fue publicada en ingles en Journal of Family Psychotherapy 11(2): 1-8, 2000.

Daniel Greaser LISW es Director Clinico del Akron Child Guidance Center, Akron, Ohio.

El motor de este interesante proceso generativo, llamado “Hope Process” (Proceso Esperanza), fue Alan Sterling, Director Medico del Akron Child Guidance Center, institucion que estuvo a cargo de la organización local del Congreso.

El grupo fue coordinado por los firmantes de este capitulo, quienes también redactaron esta síntesis, por lo que deben ser considerados responsables de todo error y de sus limitaciones. Además de los autores, el grupo incluyo, en diferentes momentos, Tania Aldraghi, Ana M.Agathangelou, Pilar Hernandez, Kyle D. Killian Rose Kurdoglian, Kathleen Laundy, Carolyn Moynahan-Bradt, Maria Silvia Nogueira, Peter Rober, Michael Seltzer y Parul Shah, todos ellos contribuyentes valiosos al desarrollo de estas ideas.

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